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Expectativas pnl

Para curar o sanar una enfermedad, primero es necesario conocerla. Un médico estudia en profundidad y comprueba con diferentes técnicas y pruebas, las posibles causas que llevan al cuerpo a manifestar o desarrollar las diversas patologías que producen el deterioro o la enfermedad del mismo.

Nuestros cuerpos enferman, es algo que sabemos y tomamos precauciones, conciencia y a veces una sobre atención en mayor o menor intensidad.

Sin embargo, hay una enfermedad que no es visible y que sólo nos damos cuenta de ella cuando ya la estamos sintiendo. Darnos cuenta, no significa que podamos verla, sino que sabemos que está ahí, pero aún no podemos verla y mucho menos escucharla o atenderla.

Esa enfermedad normalmente suele ser un miedo, vestido, camuflado o disfrazado en forma de ansiedad, preocupación o estrés. A la vez, este miedo trae consigo una sensación de culpabilidad, un merecimiento de ser castigados o castigar, una tristeza profunda o una rabia e ira latente e impulsiva que no procede de lo exterior, (aunque a veces nos contemos lo contrario) sino que la causa procede del interior, y por eso, no la podemos ver y tampoco saber de dónde proviene.

Quizás deberíamos jugar a ser médicos cómo cuando éramos pequeños.

Pero para ello, antes debemos convertirnos en las mejores enfermeras/os. Cuando vamos a un hospital a que nos curen una herida, una enfermera/o nos atiende en calma y con seguridad ante nuestra desesperación y nos invita a sentarnos para que podamos sentirnos atendidos y escuchados.

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Para atender a nuestros miedos y a sus heridas, lo primero que podemos hacer es atenderlos con calma y sentarnos tal y como nos piden las enfermeras. El acto de sentarnos, nos coloca en una disposición de escucha y de apertura para atender a nuestro dolor, y nos ofrece un espacio silencioso y un estado mental totalmente opuesto a la desesperación o la ansiedad que llevamos arrastrando.  

Y desde ese estado mental, es cuando ya estamos en disposición de practicar con amabilidad unas respiraciones profundas y lentas que nos ayuden a calmar con seguridad, a esa herida que lleva tiempo sangrando y no nos habíamos dado cuenta.

El acto de respirar, es como desinfectar la herida a un nivel superficial con el agua oxigenada. Echar agua oxigenada a nuestro miedo, es como echar un manto blanco a un niña/o desamparada que anda perdida/o y no sabe dónde está, es como decirle a esa niña/o;

Ya has llegado, estas aquí, puedes estar tranquila/o.

Inspira y expira ese miedo.

Y quizás con ésta respiración, el agua oxigenada se transforme en el aire que refresque y limpie la suciedad de su herida.

Pararse y respirar, es también como tapar el exceso de frío o calor de nuestras emociones con vendas o sábanas que nos reconforten y nos protejan del clima exterior. Que nos protejan del ataque y los juicios de los demás y de nuestras propias exigencias. Respiramos y le acogemos, le podemos decir a esa niña/o;

Sé que estás sufriendo, estoy aquí para ti.

Ya estás aquí, ya has llegado.

Inspira y expira ese miedo.

Una vez que se ha calmado el dolor y el llanto superficial del golpe de esa herida y somos conscientes de la respiración pausada de esa niña/o, ya podremos dar unos puntos de sutura con una aguja que apenas causará dolor alguno, y con un hilo muy especial que nos dará la oportunidad de unir los dos lados de esa herida, para que nuestra piel pueda comenzar a cicatrizar de una manera natural.

Pero antes de comenzar a coser la herida, debemos saber si hemos administrado la dosis adecuada de anestesia para no causar más dolor, así que podemos hacer algunas respiraciones más. Ya estás aquí, ya estoy aquí contigo.

Y desde ahí es cuando podemos coser la herida. La aguja que tenemos en nuestras manos, representa la barca que ayuda a esa niña/o a cruzar a la otra orilla del río o la puerta que la invita a salir del cuarto oscuro donde está para que pueda ir a observar desde la ventana de otra habitación. Desde la otra orilla del río, es cuando se puede observar al miedo sin miedo y ver la claridad que hay en sus aguas.

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De ésta manera anclados a ese lado del río, desde la quietud y la calma, es cuando se puede observar junto a esa niña/o, la energía que ha derrochado con sus manos nadando a contra corriente para conseguir, lograr o alcanzar la idea que tenía de ella misma y de lo que era la verdadera felicidad.

Desde ahí, se puede observar cómo ha ido intentando alimentar y controlar la manera de cumplir las expectativas sobre esas ideas transmitidas por los padres, la familia, la pareja, los amigos o en la sociedad y el trabajo.

Desde ahí, se pueden observar a esas promesas, fidelidades, creencias e ideales y valores que los demás esperan de ella o de él, y que por amor a ellos decide viajar y quedarse junto a sus mundos ideales, en contra de los pulsos y las inspiraciones que su corazón le iba señalando…

¿Dónde estás niña/o? Ya estás aquí…

Desde ahí sentados en la otra orilla, podemos sentir las prisas de sus pies y los saltos al vacío, yendo de un lado para otro sin saber hacia dónde ir ante las exigencias y perspectivas de los demás y de ella misma/o. 

¿Dónde estás niña/o? Ya estás aquí…

Desde ahí, se puede observar cómo surge la sensación de asfixia, de ansiedad y estrés de no llegar a tiempo a servir a todos su ración de esperanza. Y la mezcla de emociones, rabia, ira o tristeza ante la posibilidad de no cumplir en un futuro con ellos y con ella misma; sus mandamientos, los preceptos y las órdenes de cada una de las ideas, valores y voces que resuenan en su mente infantil. Y que le lleva al recuerdo de que se encuentra atada de pies y manos, como si de una esclava y sirvienta fiel se tratara.

¿Dónde estás niña/o? Ya estás aquí…

Desde esa orilla, se pueden ver la tristeza de querer salir corriendo ante el miedo de no saber que le depara la incertidumbre ante el castigo, , el ataque, la deuda o la culpa por no cumplir aquello que se había prometido en el pasado así misma y a los demás. Y de ahí, sentir la sensación de carencia de no ser lo suficientemente hábil para soltar un recuerdo de pertenecer a un clan, una familia o un mundo convertido en obsesión.

¿Dónde estás niña/o? Ya estás aquí…

Desde esa orilla, se pueden ver  las dudas e indecisiones sobre lo que parecía estar bien y lo que parecía estar mal y la pérdida de equilibrio o la caída ante la respuesta de haber elegido mal, haberse equivocado, haber sufrido y hacer sufrir a los demás. Y de ahí, sentir la sensación de ser alguien muy malo que no merece ser querida/o y amada/o..

¿Dónde estás niña/o? Ya estás aquí…

Desde esa orilla del río, también se puede ver cómo esa niña/o camina perdida/o en mundos diferentes, sin saber quién es y donde está, sin poder averiguar cómo amarse así misma y de qué manera amar a los demás.

La aguja para coser la herida, es la que nos hace ver lo que no se ve desde el otro lado del río, lo que está más allá de nuestros ojos y no podemos ver, escuchar y sentir con el cuerpo.

Y el hilo para coser, es el que une ambas orillas para que la herida pueda cicatrizar de un modo natural y sin esfuerzo.

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El hilo que cose la herida, es el hilo que comprende a esa niña y a sus padres y a los demás. El hilo es la comprensión amorosa, que une ambas partes de la herida. Es el puente que une ambas orillas de un rio ya en calma. El hilo, es la comunicación, la escucha amorosa, sin etiquetas, sin juicio alguno ante lo que pasó o no pasó y ante lo que fue o dejo de ser.

Es el que comprende el sufrimiento y que Une junto con una aguja muy fina y firme desde la quietud, la calma y un caminar o un paso estable, aquello que parecía ser un abismo de separación. El hilo es el que transmuta todos los caminos, ideas, creencias y valores, en un solo camino, en un solo pensamiento, una sola emoción y como consecuencia en una sola sensación, la de sentirse y estar en Paz.

Una expectativa, no ofrece seguridad.

Una expectativa, es estar en el pasado o en el futuro. Una expectativa, es querer estar en otro lugar, porque en el que estoy no me gusta. Una expectativa es estar en el aire o en el cielo, cuando estoy viviendo en la tierra. Una expectativa, es estar desorientado ocupando un lugar que no me pertenece, porque donde estoy no estoy bien y prefiero irme a otro lugar donde me han asegurado que se puede estar mejor. Una expectativa es estar de viaje, fuera de casa y del calor del hogar. Una expectativa, es no estar aquí y por lo tanto, sólo puede traer duda, culpa incertidumbre y caos.

¿Dónde estoy? Estoy aquí, y como consecuencia…

¿Qué hora es? Ahora, y como consecuencia…

¿Quién soy? Soy este momento.

 

Estando aquí, puedo respirar

Aquí estoy segura/o y puedo sentir el gozo y la alegría de estar viva con cada inhalación y exhalación.

Y desde aquí, desde este momento, puedo ver, escuchar y sentir:

Que estoy donde tengo que estar.

Haciendo lo que tengo que hacer.

Ocupando el lugar que me pertenece.

Y siendo lo que tengo que ser.

Y como consecuencia, esto es lo esencial para mí, aquí y ahora y en este momento.

Y de ésta manera, las decisiones que tomo, son las esenciales para mi beneficio y para los demás.

Le podemos decir a esa niña/o.

Ya estás aquí, ya has llegado. Estás aquí y yo estoy contigo aquí también. Somos este momento de calma y quietud, donde nadie debe ir a ningún sitio, a ningún lugar. Ya hemos llegado. Estamos en casa, siendo lo que somos y sabiendo quienes somos. Sólo si tú quieres y puedes, te ofrezco mi mano para que juntos podamos sonreír al miedo y elegir estar en Paz.

Esta puede que sea la verdadera felicidad.

Para curar la enfermedad, primero debemos saber qué debemos soltar para poder ser libres aquí y ahora.

Ángeles MR.

Había una vez un leñador que se presentó a trabajar en un aserradero. El sueldo era bueno y las condiciones de trabajo mejores aún; por lo tanto, el leñador se decidió practicar toda su experiencia.
El primer día al presentarse al capataz, éste le dio un hacha y le designó una zona de trabajo. El hombre entusiasmado salió al bosque y en un solo día cortó dieciocho árboles.
-Te felicito, le dijo el capataz; sigue así.
Animado por las palabras del capataz, decidió mejorar su propia marca, de tal modo que esa noche se fue a descansar bien temprano.
Por la mañana se levantó antes que nadie y se fue al bosque. A pesar de todo el empeño, no consiguió cortar más que quince árboles.
Triste por el poco rendimiento, pensó que tal vez debería descansar más tiempo así que esa noche decidió acostarse con la puesta del sol. Al amanecer se levantó decidido a superar su marca de 18 árboles. Sin embargo, ese día sólo corto diez.
Al día siguiente fueron siete, luego cinco, hasta que al fin de esa primera semana de trabajo sólo cortó dos. No podía entender que le sucedía ya que físicamente se encontraba perfectamente, como el primer día.
Cansado y por respeto a quienes le habían ofrecido el trabajo, decidió presentar su renuncia, por lo que se dirigió al capataz al que le dijo:

-Señor, no sé qué me pasa, ni tampoco entiendo por qué he dejado de rendir en mi trabajo.
El capataz, un hombre muy sabio, le preguntó:
-¿Cuándo afilaste tu hacha la última vez?
-¿Afilar? Jamás lo he hecho, no tenía tiempo de afilar mi hacha, no podía perder tiempo en eso, estaba muy ocupado cortando árboles.

¿Cuál es la reflexión que podrías hacer de este cuento corto?

Antes de seguir leyendo, te invito a que te pongas cómodo/a en tu asiento, cierres los ojos y hagas 3 respiraciones profundas y lentas, y acto seguido dejes que la respiración vuelva a su curso natural. Puedes centrar tu atención en ella durante un minuto más o menos y para dejar reposar en tu mente, el cuento que acabas de leer. De esta manera, es posible que te ayude a adentrarte un poco más profundamente en tu reflexión inicial y puedas añadir algún aspecto más a la visión o conclusión final de tu propio pensar.

Quizás para cada uno de nosotros “afilar el hacha” tenga un significado diferente. Hay tantas lecturas o reflexiones como experiencias vividas por cada persona. Dependiendo de cómo perciba el mundo cada uno y el valor de sus creencias, así será la toma de conciencia que se pueda ver en esta historia.

Te invito a observar y centrar tu atención en ésta perspectiva que te presento.

Este cuento, nos ofrece la posibilidad de darnos cuenta de nuestro “hacer impulsivo” diario.

Este leñador no podía “perder tiempo” en pararse a afilar el hacha, debía o tenía que cortar árboles.

¿Cuántas veces seguimos talando y talando árboles sin recordar que debemos afilar el hacha?

Éste es el estrés de la vida de hoy.  A veces estamos tan ocupados en hacer cosas, que pasamos por alto lo verdaderamente importante, “afilar el hacha”.

Éste cuento es una gran parábola o metáfora que nos deja ver a una de las grandes creencias colectivas e individuales que alimentamos y engordamos sin apenas ser conscientes: “Tenemos que hacer, sin pensar”. Pero tú podrías decir: ¡eso no es cierto, yo sí pienso lo que hago!. Está claro que piensas lo que haces, pero si te das cuenta sigues pensando en que tienes que seguir haciendo cosas. Si te paras a pensar en qué es lo que estás pensando, independientemente del contenido y adornos de ese pensar, ¿cuál es el tema principal de tus pensamientos? Quizás podría ser; ¿pensar en lo que tienes que hacer o no tienes que hacer?

Si reflexionamos sobre éstas preguntas, podríamos darnos cuenta o ser conscientes, de que pensamos lo que tenemos que hacer o no hacer, mientras que hacemos nuestras tareas. Y si estamos agotados de pensar lo que tenemos que hacer o nos hemos quedado libres de hacer algo, lo que hacemos es preguntar a otros que nos digan qué podemos hacer o no hacer.

Pararnos a “afilar el hacha”, es perder el tiempo, eso es lo que le dice el leñador a su capataz. Él tiene una obligación que debe cumplir, pararse sería perder su tiempo, tiene que producir y ser productivo. Si aplicamos esta reflexión a nuestra experiencia, podemos apreciar que es así el mundo que estamos fabricando colectiva e individualmente, un mundo frenético que no descansa.

Hemos creído que pararse un momento, o dedicar parte de nuestro tiempo a no hacer nada, es “perder el tiempo”. De hecho, me he encontrado a personas en consulta con alguna expresión cómo: – merece la pena “perder el tiempo” escuchando podcast sobre temas como éste-. 

Esto es algo que se nos ha transmitido a través de generaciones, son creencias colectivas que compartimos y hemos normalizado, de hecho si planteas a la sociedad en la que vivimos pararse para no hacer nada, obtendrías respuestas como: ¿eso para qué? ¿Vale o sirve para la producción?

Esperamos unas vacaciones como agua de mayo, para hacer aquellas cosas que anhelamos y deseamos, pero que nos contamos que ahora no podemos realizarlas. Nos vemos esperando a que llegue el fin de semana o un día libre, para hacer esas cosas que hemos imaginado o pensado entre semana y que creemos que nos ayudaran a estar más descansados, despejados, tranquilos o en paz. Y nuestra sorpresa es, que a veces nos decepcionamos porque no sabemos disfrutar de esos días libres o por el contrario, entramos en depresión o desasosiego cuando se nos acaban.

Afilar el hacha, ¿qué significado tiene para ti?

El maestro Zen Thich Nhat Hanh, en sus libros nos habla del arte de parar y no hacer nada, el arte de vivir en atención y en plena consciencia de lo que estamos haciendo. En sus indicaciones para parar y disfrutar de cada instante, es muy parecido a lo que podríamos llamar «parar para afilar el hacha».

Es fácil perder la perspectiva, como lo hizo el leñador, andaba perdido en su tarea de mejorar su propia marca. Quedó ciegamente atrapado en sus pensamientos y la propia lógica de su sistema de pensamiento. Se esforzaba una y otra vez en aquello que se había propuesto, mejorar su marca. Derrochaba toda su energía y vitalidad en cortar árboles con un hacha que no estaba cuidada. ¿Te has sentido alguna vez perdida/o, esforzándote y no se han dado las circunstancias de aquello que deseabas lograr?

Otra gran referencia que viene al caso y a la que es necesario hacer mención, es la biblia que nos dice:

“Si el hacha pierde su filo, y no se vuelve a afilar, hay que golpear con más fuerza.
El éxito radica en la acción sabia y bien ejecutada” …Eclesiastés 10:10

Aquí tenemos otra parábola o metáfora que nos deja ver claramente los mismos aspectos. En la frase “hay que golpear con más fuerza” se hace referencia a las resistencias, a la lucha diaria, a los miedos o bloqueos que aparecen en nuestras experiencias y que a veces no somos conscientes. Imponemos nuestros puntos de vista, nuestras creencias, ideas y expectativas en eso que hemos decido creer, y empleamos toda la fuerza “de nuestro hacha” física, mental y emocionalmente en ello. Deseamos conseguir algo y perdemos la perspectiva, nos desorientamos y no nos damos cuenta de las pequeñas e insignificantes cosas diarias que nos hacen disfrutar y sacar el máximo partido a la tarea que estamos haciendo. «El éxito radica en la acción sabia y bien ejecutada», ¿a qué se refiere? A que si afilamos el hacha, la tarea será limpia y bien hecha. Si nos permitimos parar, sentarnos respirar y darnos un tiempo de descanso, podremos ver, escuchar y sentir, qué palabras, acciones y pensamientos podrían ayudarnos a realizar la tarea de una manera correcta y con el máximo rendimiento.

No parar, resistirnos a ver otros puntos de vista y querer hacer las cosas por nuestra propia cuenta sin contar con los demás o con otros puntos de vista, invita a la separación de los unos con los otros, a la no cooperación y a la desigualdad entre nuestra comunidad. Creernos que tenemos la razón en lo que pensamos o creemos sobre nosotros mismos o a cerca de los demás, nos lleva como al leñador a estar cansados y agotados en nuestras jornadas diarias, con nuestros familiares, parejas o amigos.

A veces, cuando dejamos de dar palos a un tronco desesperados, atascados, bloqueados o frustrados y nos rendimos, entonces renunciamos a nuestras metas, objetivos, anhelos o deseos y  nos contamos que no es lo nuestro o que no es el momento, como hace el leñador frente a su capataz.

¿Cuándo afilaste tu hacha la última vez?

La siguiente parte del cuento es maravillosa: cómo el leñador se dirige a su capataz a ofrecer su renuncia y el capataz le ofrece una perspectiva diferente; -¿Cuándo afilaste tu hacha la última vez?

¿Cuántas veces hemos decido renunciar o dejar  algo y nos hemos encontrado con un nuevo enfoque y hemos o no aprendido de él?

Aquí es donde se encuentra parte del aprendizaje. En éste caso, el leñador ofrece ésta respuesta; -¿Afilar? Jamás lo he hecho, no tenía tiempo de afilar mi hacha, no podía perder tiempo en eso, estaba muy ocupado cortando árboles.

Por su respuesta podríamos pensar que se pueden dar varias situaciones:

En la primera situación, el leñador en su afán de tener razón, es decir, que no es su “culpa” (la palabra culpa podríamos cambiarla por responsabilidad) y que no puede perder el tiempo en afilar su hacha, renuncia al trabajo y no admite su equivocación,  negando su (culpa) responsabilidad, proyectándola en los demás y justificándola enjuiciando y (castigando) de diferentes maneras cómo por ejemplo: …el hacha deben afilarla otros para cuando yo me ponga a trabajar …., ésta empresa no tiene las herramientas adecuadas para sus trabajadores, ¡así no se puede trabajar!…, ¡ya decía yo que no podía ser que yo no cortara más árboles!..,¡qué pretende con decirme que debo afilar mi hacha delante de los compañeros! me han humillado… No soy tonto, me voy, aquí no me valoran y encima me dejan en ridículo… Soy el que más árboles corta, mejor producción saco a la empresa y me dicen que ¿yo debo afilar hacha?…  

O por el contrario asume su (culpa) responsabilidad y se castiga diciéndose a sí mismo: -Quizás haya perdido facultades y ahora este trabajo no es para mí… Ni siquiera afilando el hacha, creo que pueda mejorar mi marca, me he dado cuenta que estoy muy cansado y mi cuerpo ya no es tan joven para éste trabajo…. Y así hasta un sinfín de justificaciones y argumentos para no admitir la responsabilidad de afilar su hacha. En ambos casos, hay culpa y castigo. Si niego mi culpa, la proyecto fuera en los demás, ellos son los culpables de que yo esté así en esta situación. Y si además me siento culpable y lo reconozco, me castigo y me machaco hasta creer que no merezco la pena. He aquí los 4 pilares fundamentales de la mente “ego”: Separación, culpa, castigo y miedo.

Otra de las situaciones con un enfoque mental sano y equilibrado podría ser, en la que el leñador sorprendido por la respuesta de su capataz -¿Cuándo afilaste tu hacha la última vez?, optara por una actitud de humildad. Y podríamos leer la respuesta que ofrece el leñador, como si fuese un darse cuenta de lo equivocado que estaba pensando y creyendo que no podía perder el tiempo afilando su hacha y el hecho de que lo había olvidado por completo. Había estado desorientado, en un estado de estrés y sufrimiento del que no había sido consciente. A partir de ésta toma de consciencia, su comportamiento y  rendimiento en el trabajo, iba a cambiar. Podemos apreciar que en este caso, el leñador ha asumido su responsabilidad sin sentir culpa o la necesidad de castigarse o castigar o enjuiciar a los demás, abriéndose a otros puntos de vista y perspectivas diferentes.

En ambos casos, el cambio o no de comportamiento depende del estado mental del leñador, de si cree que es culpable y merece o no, castigarse con o sin miedo.

Si reflexionamos un poco más en profundidad, el leñador sí que hizo un alto en su camino cuando fue a ofrecer su renuncia. En ese momento, obtuvo la respuesta y la claridad mental a su dilema o problema por parte del capataz. Aquí, ofrezco otra perspectiva diferente a lo referido anteriormente del cómo “parar y no hacer nada”.

Parar, podríamos verlo también desde la perspectiva de soltar el control o pedir ayuda. Sin embargo, dependiendo del enfoque mental y la disposición que tengas de aprender en ese momento, escuchas o no esa respuesta, y la interpretas o filtras acorde a tus preferencias, ideas y conceptos que tengas a cerca de ti mismo o de la situación.

Parar, reflexionar, observar, es lo único que nos va a ayudar a tomar el camino correcto y a deshacernos de aquello que nos lastra. A veces es importante desconectar de nuestra rutina y pensar en qué estamos haciendo, qué camino seguimos y qué cambiaríamos de nuestra vida. Tomamos decisiones equivocadas en base al estrés o frustración que sentimos en la rutina que mantenemos, sin darnos cuenta que hemos perdido la perspectiva como el leñador de afilar el hacha.

Afilar el hacha se puede interpretar también como “observar a tu mente” “observar tus pensamientos” “darnos cuenta de cómo nos hablamos a nosotros mismos” “estar atentos a lo que pasa por nuestra mente” “ser conscientes de los pensamientos destructivos, que nos llevan al conflicto o a estar enjuiciando”. Afilar el hacha lo podríamos comparar,  a coger las riendas de un caballo salvaje que galopa desbocado y sentirte unido/a él,  a respirar el aire fresco que te ofrecen los árboles, a escuchar el dulce canto mañanero de los pájaros, a disfrutar de un paseo por la naturaleza en silencio.., etc. Permitirnos esto y disfrutar del buen hacer en las pequeñas tareas cotidianas, es afilar el hacha.

Sin embargo, para hacer esto es necesario ser valientes, porque observar a la mente, observar al ego, es ver aspectos de nosotros mismos que no nos van a gustar, y eso es incómodo. Atravesar esa incomodidad duele y el dolor es lo que el ego quiere impedir a toda costa, no quiere que sintamos dolor. De ahí que estemos cegados y deseosos de sensaciones placenteras.

Para mí, afilar el hacha también es ”hacerse a un lado”. 

Hacerse a un lado, es pararme, respirar, observar, atender, acompañar y escuchar a esa parte de la mente que  alimenta el conflicto, la frustración, el miedo o la desesperación. Hacerse a un lado, es darme cuenta de las justificaciones y autoengaños de esa mente. Hacerse a un lado, es dejar mi punto de vista, mis creencias, (con esto me refiero a cuestionar aquellas ideas que hoy en día me hacen sufrir,) y  ponerme en disposición para abrirme a un solo pensamiento, el de la unión con mis hermanos y con el todo. Hacerse a un lado es acompañar con una dulce sonrisa, a esa parte de la mente (el ego) que cree saber todo, y tiene miedo a la incertidumbre de no saber. Hacerse a un lado, es aprender a desaprender. Hacerse a un lado, es quitarle la importancia al “yo”. Hacerse a un lado es escuchar a nuestra mente infantil y dejar que nos cuente todos sus miedos y el valor que tienen para ella. Hacerse a un lado, es darme cuenta de la tierra que me sostiene, honrarla y respetarla. Hacerse a un lado, es salir de donde estoy escondida y dejarme encontrar. Hacerse a un lado, es estar en disposición de observar los pensamientos del pasado y del futuro, las propias expectativas e inquietudes, para poder vivir y disfrutar del momento presente. Hacerse a un lado, es dar la gracias simplemente por estar viva. Hacerse a un lado, es darme cuenta del temor que tengo a Dios. Hacerse a un lado, es cruzar al otro lado del río y dejar en la arena mi barca (mis creencias) . Hacerse a un lado, es crear las circunstancias adecuadas para que pueda darse un espacio de silencio en esta mente confusa y perdida, para que se pueda manifestar la corrección y claridad oportuna del único pensamiento de Dios, el Amor. Hacerse a un lado, por lo tanto, es Unión.

hacerse a un lado

Sólo de ésta manera, puede surgir la compasión, la comprensión, el valor, la confianza, la palabra bondadosa y el amor por uno mismo. Solo de ésta manera, quizás podremos sentirnos en unión y comunión con toda la humanidad y el cosmos. Y sólo de ésta manera, quizás podremos tener una mente recta y equilibrada, con la disposición de ofrecer el acompañamiento necesario a quienes lo necesiten, sin querer imponer nuestro punto de vista. Querer ayudar a otros, sin haber afilado nuestra hacha o hacerse a un lado, no es ayudar, es alimentar y engordar al ego.

Para que pueda darse esto, debemos aprender a respirar, a parar para no hacer nada, a observar nuestros pensamientos, a comprender que no hacer nada es hacer algo, y después cuando estemos listos, el “yo” estará en disposición de hacerse a un lado y podrá estar disponible para ofrecer su mente recta, su luz al mundo.

Todo es mente.

«La causa es nuestra mente, nuestros pensamientos, y el efecto es nuestro comportamiento en la experiencia que vivimos». A.M.R.

Te invito a que dejes tu reflexión y las cosas que haces para afilar tu hacha o hacerte a un lado.