Desesperanza o Fe

Reconozco la sensación de insatisfacción y de vacío existencial. Y cuando digo vacío existencial, me refiero a que a veces perdía el norte, la orientación y una desconexión emocional de mi vida, cuál era mi propósito de mi existencia y para que había venido a este Mundo o qué hacía aquí. Sufría y ese sufrimiento que procedía de la infancia y más allá de ella, que me estaba llevando a un pozo muy profundo.

Sabía que debía haber un camino diferente.

Sabía que debía haber un camino diferente a esa desesperación, pero con tal desorientación y desconexión, no podía verlo. Era como ir por un desierto, sin caminos que indicaran una dirección clara. Quería transitar todos los caminos que me parecían ver, pero al poco de comenzar me cansaba, terminaba baja de energía y hacía un alto en el camino y me paraba a descansar. A veces podía ver senderos que mi corazón trazaba y podía sentir el gozo de volver a casa después de tan duro camino por ese desierto tan sola y moribunda, con lo que corría hambrienta y sedienta en esa dirección .

Sin embargo, en un instante de esa carrera contra reloj, me daba cuenta de que seguía atrapada en ese desierto. Había visto un espejismo. Durante un tiempo, experimenté algún que otro espejismo más que me ayudaron a no darme por vencida y a alimentar la semilla de la Fé y la confianza que habitaba en mi deseo de encontrar mi verdadero hogar.

Con el paso del tiempo los espejismos ya no volvieron y esa fé y confianza, fue apagándose, disminuyendose, me di cuenta que me había apegado a esas bellas ilusiones y ante tal desesperación y decepción, decidí sentarme a descansar.

Decidí parar y clarificar que hacer y que no hacer, pero en un instante no sé cómo fue, me vi envuelta en una estrategia que me mantenía enraizada en el suelo. Pasaron meses, años y seguía feliz, o eso me contaba, estaba ahí sentada sin moverme, planeando y controlando cualquier adversidad que pudiera ocurrirme en ese camino. No me daba cuenta que estaba muriendo de miedo, que no deseaba seguir caminando. Me quedé en mi mente anclada y ni siquiera me di cuenta que la arena del desierto iba tapando todo mi cuerpo hasta quedar en una especie de cueva de arena en la que me sentía bien cómoda y segura.

Afortunadamente, hay otros, hermanos o seres de Luz en el camino que ven a esos montículos de arena en el desierto y que en su caminar se acercan a esas dunas, como en la que me encontraba, y ofrecen su voz, una música celestial en la que regalan sus cantos de Amor.

Esa música celestial fue la que me inspiraba, daba fuerza, reconfortaba al miedo y regaba la semilla de la Fé que un día decidí olvidar.

Esa música con su ritmo y vibración hacia que toda la arena de la duna se moviese y fuese cayendo su estructura. Desde ahí dentro, fue cuando me di cuenta que me había enterrado yo misma, que había construido una torre de babel imaginaria y que habitaba en un castillo de arena, tenía miedo.
Darme cuenta de ello supuso, una decepción aún mayor sobre mi misma y comencé a querer salir de ahí, pero no sabía aún cómo.

Cada día esperaba el canto y la inspiración de cada melodía que me ofrecían los caminantes del desierto. Esas melodías traían consigo emociones de perdón y consuelo a mi desesperación. Fueron llenando aquel vacío y un día en un instante pude ver el amanecer por primera ver y fue cuando me reconocí. Ya no estaba bajo la duna, el sol comenzaba a calentar mi piel y escuché un bello cantar que comencé a entonar con una garganta más o menos afinada. ¡Era como ellos, los Seres de Luz y sus cantos Angelicales!

Ahí en un instante, supe qué tenía que hacer. Comencé a caminar de regreso a casa.

La duda de esa mente confundida sigue en mi camino, pero cada vez es menos intensa. No hay una claridad concreta a cerca de qué hacer o no en mi día a día y qué camino es el que tengo que tomar en este caminar, la expectativas de lo que puedo o no encontrar, se hacen a un lado para no interferir en el camino.

Sólo sé que haga lo que haga, el contenido, la actividad de lo que haga en cada paso no es tan importante, lo que verdaderamente es valioso es la intención y la dirección hacia donde me dirijo.

Creía que caminaba sola en el desierto.

Creía que iba sola en el desierto, las tormentas de arena que habían en mi mente no me dejaban ver. Ahora veo a otros que siguen el mismo camino que sigo yo, la vuelta a casa, al hogar que nos creíamos haber olvidado.

Yo los veo a ellos, algunos me ven y otros ni siquiera saben que estoy ahí.
A veces me paro en mi camino y canto bellas melodías a esas dunas que voy encontrando en mi camino, como hicieron conmigo alguna vez.

El camino es aquel que no hay camino que tomar, porque siempre hemos estado en casa siendo lo que somos.

Pero para sentir antes esta sensación de alegría y gozo, primero tuve que darme cuenta que estaba bajo esa duna en el desierto y tuve que purificar o corregir a esa mente que estaba confundida fabricando estrategias para no salir de ahí, y fue ahí cuando a través del perdón pude levantarme.

El camino, es un nuevo comienzo con un mismo sentir y un mismo pensamiento, el de Ser Uno con todos y todo, el cómo lo hagas no importa, si ésta es la intención.

Fé en un sólo Dios, el Amor que nos lleva y Une a todos con Él.

La Fé es una puerta que nos lleva al Espíritu del Amor. En este fragmento del libro Romanos de la Biblia, nos habla de esa vuelta al hogar con nuestro Padre o el Amor, una vez que conectamos a nuestro Espíritu con el que Él nos envió, el Espíritu Santo.

«Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: ¡Abba Padre! »

Romanos 8 -15

 

Ángeles MR

Un mismo Pensar Un mismo Sentir

“El día de la mujer nos solidariza con el calvario que muchas mujeres de todas partes del mundo sufren a lo largo de sus vidas por ser mujer”.

                                                                                                                            Brigitte Champetier de Ribes

Nuestros ancestros y las mujeres que a día de hoy siguen viviendo el abuso, el calvario, la esclavitud y la opresión, necesitan que nuestra mirada vaya dirigida a la inclusión de lo femenino con lo masculino y viceversa. Pretender reivindicar los derechos de la mujer en opresión o exclusión a lo masculino, es dar la vuelta a una moneda y ver su otra cara. La moneda sigue siendo la misma, una moneda llamada calvario, esclavitud, opresión, injusticia, abuso y lucha constante, por lo tanto, separación o des-unión o fragmentación en la sociedad y en nosotros mismos.

Integrar lo femenino y lo masculino que el ser humano posee, es agradecer y aceptar a nuestra energía femenina y masculina que todos tenemos. Cuando integramos ambas energías, unimos esa dualidad o polos opuestos, podemos enfocar nuestra mirada en igualdad y unión hacia los demás, es decir, vemos reflejada esa aceptación en nuestras relaciones de pareja, en la familia, en la sociedad, independientemente del sexo o su conducta sexual.

Podemos elegir.

un mismo pensar un mismo sentir

Tenemos la opción de elegir, y elegir es, desear responsabilizarnos, comprometernos y estar en disposición para dedicar nuestra vida y energía, a favor de una conciencia colectiva por los derechos y la dignidad de mujeres y hombres, sin querer pretender demostrar nada, sin condenas y sin cadenas.

Hoy en el día de la mujer trabajadora, agradecemos poder expresar desde la igualdad, nuestra energía amorosa, bondadosa, compasiva, que incluye y fortalece a nuestros corazones, desde la única mirada que existe; la Sonrisa de la Paz.

Un mismo Pensar, Un mismo Sentir. Ser Uno con todo.

Ángeles Muñoz Ros

 

Carta a una persona que se siente sola o abandonada.

Querida hermana/o:

Te escribo esta carta porque me he enterado que te sientes sola/o.

De todas las cosas que puedo o podría decirte me quedo con una sola; no estás sola/o.

Somos muchos los que nos sentimos como tú; como vacíos de algo que no sabemos muy bien que es, como con una sensación de haber sido abandonados o ignorados y a la vez incomprendidos.

Probablemente te sientas sola/o porque creas que no le importas a nadie, o lo que es lo mismo, que nadie te ama o te quiere, e incluso que has dejado o eres incapaz de amar. Esa soledad que sientes es una soledad compartida, lo que ocurre es que cada uno la esconde en lo más profundo de su intimidad, y de su mente.

Puede que seas mayor y te sientas sola/o y de hecho lo estés, puede que tus hijos no te hablen o incluso hayas sufrido su pérdida. Probablemente no tengas padres o hayan decidido no saber de ti. Puede que no tengas pareja o recientemente te hayas separado. Puede que te hayas quedado en el paro y no sepas como salir adelante con tantos gastos ya que tienes a cargo varias personas a las que dar de comer, o puede que ni siquiera tengas un hogar a donde ir. Quizás hayas tenido que irte de tu lugar de residencia o emigrar hacia no se sabe dónde en busca de un porvenir mejor. Puede que te hayas aferrado a las drogas o cualquier otra adicción, o incluso puede que estés rodeado de gente, familia y dinero y no te sientas feliz.

Con esto quiero decirte hermana/o, que la situación en la que te encuentres no es del todo relevante, la sensación de soledad y vacío es compartida a través de un mentiroso silencio escondido. No nos sentimos amados y tampoco sabemos de qué manera amar, ya que esa sensación de soledad seguimos sintiéndola igualmente a pesar de sentirnos amados o haber amado.

Te pido que al igual que utilizas la comparación con los demás, para darte cuenta que otros tienen algo que tú no tienes, y sentirte apenada/o y sola/o, utilices esa misma justificación para darte cuenta que no estás sola/o y que tu soledad es compartida por toda la humanidad.

Hemos llegado a convivir con esa sensación de soledad y amargura en lo más íntimo de nuestra mente y la hemos normalizado diciéndonos que esto es ley de vida o algo así.

Sentirse solo es, estar separado. Pero separado, ¿de qué? Pues de nuestra verdadera naturaleza, de lo que somos realmente, de lo que es el «Amor que no duele» y no entiende de sufrimiento. Sentirse solo es estar separado y por lo tanto, eso no es estar unido.

Nos contamos y creemos que estamos unidos y eso no es cierto, es una justificación a nuestra incoherencia mental.

Creemos que unos merecen y otros no, creemos que somos ejemplo y otros no, creemos que sabemos y otros no, creemos que somos afortunados y otros no. Otros y yo, eso no es unión, eso es separación y sensación de soledad. El sufrimiento es el mismo para todos, pero pensamos que unos sufren más que otros debido a las circunstancias que cada uno atraviesa y eso es más separación todavía.

Querida hermana/o, nos hemos separado, vamos como perdidos y no tenemos una referencia. Creemos, (esa es la cuestión), que estamos solos, nos sentimos solos y abandonados y esa creencia, es la semilla y el fruto de la pérdida de Fe.

La pérdida de referencia es la pérdida de Fe y esto conlleva a esa sensación de vacío. Estamos creyendo en un dios equivocado (el ego), en uno que nos castiga, nos culpa, nos quita cosas y nos hace sufrir. Ese no es el dios del amor. El Amor de Él, es misericordioso y por lo tanto, Él nos está esperando a que volvamos a casa. Somos sus Hijos y sus Hijos viven en la grandeza y no en la pobreza física y mental en la que vivimos. Él no piensa como nosotros.

Querida/o hermano, te pido que en éstas fechas y todos los demás días, te unas a este sendero para que recorramos este camino de vuelta al hogar juntos y en compañía de nuestros hermanos. Claro que me siento como tú, pero compartir esta soledad en nuestro caminar, es aprender a recordarnos la alegría de la fe compartida, y dejar de pensar en nuestra pequeñez, para adentrarnos, con una gran sonrisa, en la gozosa alegría de nuestra grandeza.

Tú eres yo, y yo, soy tú. Recuerda que estoy a tu lado, por si vuelves a sentirse sola/o.

Ángeles Muñoz Ros

 

 

Había una vez un leñador que se presentó a trabajar en un aserradero. El sueldo era bueno y las condiciones de trabajo mejores aún; por lo tanto, el leñador se decidió practicar toda su experiencia.
El primer día al presentarse al capataz, éste le dio un hacha y le designó una zona de trabajo. El hombre entusiasmado salió al bosque y en un solo día cortó dieciocho árboles.
-Te felicito, le dijo el capataz; sigue así.
Animado por las palabras del capataz, decidió mejorar su propia marca, de tal modo que esa noche se fue a descansar bien temprano.
Por la mañana se levantó antes que nadie y se fue al bosque. A pesar de todo el empeño, no consiguió cortar más que quince árboles.
Triste por el poco rendimiento, pensó que tal vez debería descansar más tiempo así que esa noche decidió acostarse con la puesta del sol. Al amanecer se levantó decidido a superar su marca de 18 árboles. Sin embargo, ese día sólo corto diez.
Al día siguiente fueron siete, luego cinco, hasta que al fin de esa primera semana de trabajo sólo cortó dos. No podía entender que le sucedía ya que físicamente se encontraba perfectamente, como el primer día.
Cansado y por respeto a quienes le habían ofrecido el trabajo, decidió presentar su renuncia, por lo que se dirigió al capataz al que le dijo:

-Señor, no sé qué me pasa, ni tampoco entiendo por qué he dejado de rendir en mi trabajo.
El capataz, un hombre muy sabio, le preguntó:
-¿Cuándo afilaste tu hacha la última vez?
-¿Afilar? Jamás lo he hecho, no tenía tiempo de afilar mi hacha, no podía perder tiempo en eso, estaba muy ocupado cortando árboles.

¿Cuál es la reflexión que podrías hacer de este cuento corto?

Antes de seguir leyendo, te invito a que te pongas cómodo/a en tu asiento, cierres los ojos y hagas 3 respiraciones profundas y lentas, y acto seguido dejes que la respiración vuelva a su curso natural. Puedes centrar tu atención en ella durante un minuto más o menos y para dejar reposar en tu mente, el cuento que acabas de leer. De esta manera, es posible que te ayude a adentrarte un poco más profundamente en tu reflexión inicial y puedas añadir algún aspecto más a la visión o conclusión final de tu propio pensar.

Quizás para cada uno de nosotros “afilar el hacha” tenga un significado diferente. Hay tantas lecturas o reflexiones como experiencias vividas por cada persona. Dependiendo de cómo perciba el mundo cada uno y el valor de sus creencias, así será la toma de conciencia que se pueda ver en esta historia.

Te invito a observar y centrar tu atención en ésta perspectiva que te presento.

Este cuento, nos ofrece la posibilidad de darnos cuenta de nuestro “hacer impulsivo” diario.

Este leñador no podía “perder tiempo” en pararse a afilar el hacha, debía o tenía que cortar árboles.

¿Cuántas veces seguimos talando y talando árboles sin recordar que debemos afilar el hacha?

Éste es el estrés de la vida de hoy.  A veces estamos tan ocupados en hacer cosas, que pasamos por alto lo verdaderamente importante, “afilar el hacha”.

Éste cuento es una gran parábola o metáfora que nos deja ver a una de las grandes creencias colectivas e individuales que alimentamos y engordamos sin apenas ser conscientes: “Tenemos que hacer, sin pensar”. Pero tú podrías decir: ¡eso no es cierto, yo sí pienso lo que hago!. Está claro que piensas lo que haces, pero si te das cuenta sigues pensando en que tienes que seguir haciendo cosas. Si te paras a pensar en qué es lo que estás pensando, independientemente del contenido y adornos de ese pensar, ¿cuál es el tema principal de tus pensamientos? Quizás podría ser; ¿pensar en lo que tienes que hacer o no tienes que hacer?

Si reflexionamos sobre éstas preguntas, podríamos darnos cuenta o ser conscientes, de que pensamos lo que tenemos que hacer o no hacer, mientras que hacemos nuestras tareas. Y si estamos agotados de pensar lo que tenemos que hacer o nos hemos quedado libres de hacer algo, lo que hacemos es preguntar a otros que nos digan qué podemos hacer o no hacer.

Pararnos a “afilar el hacha”, es perder el tiempo, eso es lo que le dice el leñador a su capataz. Él tiene una obligación que debe cumplir, pararse sería perder su tiempo, tiene que producir y ser productivo. Si aplicamos esta reflexión a nuestra experiencia, podemos apreciar que es así el mundo que estamos fabricando colectiva e individualmente, un mundo frenético que no descansa.

Hemos creído que pararse un momento, o dedicar parte de nuestro tiempo a no hacer nada, es “perder el tiempo”. De hecho, me he encontrado a personas en consulta con alguna expresión cómo: – merece la pena “perder el tiempo” escuchando podcast sobre temas como éste-. 

Esto es algo que se nos ha transmitido a través de generaciones, son creencias colectivas que compartimos y hemos normalizado, de hecho si planteas a la sociedad en la que vivimos pararse para no hacer nada, obtendrías respuestas como: ¿eso para qué? ¿Vale o sirve para la producción?

Esperamos unas vacaciones como agua de mayo, para hacer aquellas cosas que anhelamos y deseamos, pero que nos contamos que ahora no podemos realizarlas. Nos vemos esperando a que llegue el fin de semana o un día libre, para hacer esas cosas que hemos imaginado o pensado entre semana y que creemos que nos ayudaran a estar más descansados, despejados, tranquilos o en paz. Y nuestra sorpresa es, que a veces nos decepcionamos porque no sabemos disfrutar de esos días libres o por el contrario, entramos en depresión o desasosiego cuando se nos acaban.

Afilar el hacha, ¿qué significado tiene para ti?

El maestro Zen Thich Nhat Hanh, en sus libros nos habla del arte de parar y no hacer nada, el arte de vivir en atención y en plena consciencia de lo que estamos haciendo. En sus indicaciones para parar y disfrutar de cada instante, es muy parecido a lo que podríamos llamar «parar para afilar el hacha».

Es fácil perder la perspectiva, como lo hizo el leñador, andaba perdido en su tarea de mejorar su propia marca. Quedó ciegamente atrapado en sus pensamientos y la propia lógica de su sistema de pensamiento. Se esforzaba una y otra vez en aquello que se había propuesto, mejorar su marca. Derrochaba toda su energía y vitalidad en cortar árboles con un hacha que no estaba cuidada. ¿Te has sentido alguna vez perdida/o, esforzándote y no se han dado las circunstancias de aquello que deseabas lograr?

Otra gran referencia que viene al caso y a la que es necesario hacer mención, es la biblia que nos dice:

“Si el hacha pierde su filo, y no se vuelve a afilar, hay que golpear con más fuerza.
El éxito radica en la acción sabia y bien ejecutada” …Eclesiastés 10:10

Aquí tenemos otra parábola o metáfora que nos deja ver claramente los mismos aspectos. En la frase “hay que golpear con más fuerza” se hace referencia a las resistencias, a la lucha diaria, a los miedos o bloqueos que aparecen en nuestras experiencias y que a veces no somos conscientes. Imponemos nuestros puntos de vista, nuestras creencias, ideas y expectativas en eso que hemos decido creer, y empleamos toda la fuerza “de nuestro hacha” física, mental y emocionalmente en ello. Deseamos conseguir algo y perdemos la perspectiva, nos desorientamos y no nos damos cuenta de las pequeñas e insignificantes cosas diarias que nos hacen disfrutar y sacar el máximo partido a la tarea que estamos haciendo. «El éxito radica en la acción sabia y bien ejecutada», ¿a qué se refiere? A que si afilamos el hacha, la tarea será limpia y bien hecha. Si nos permitimos parar, sentarnos respirar y darnos un tiempo de descanso, podremos ver, escuchar y sentir, qué palabras, acciones y pensamientos podrían ayudarnos a realizar la tarea de una manera correcta y con el máximo rendimiento.

No parar, resistirnos a ver otros puntos de vista y querer hacer las cosas por nuestra propia cuenta sin contar con los demás o con otros puntos de vista, invita a la separación de los unos con los otros, a la no cooperación y a la desigualdad entre nuestra comunidad. Creernos que tenemos la razón en lo que pensamos o creemos sobre nosotros mismos o a cerca de los demás, nos lleva como al leñador a estar cansados y agotados en nuestras jornadas diarias, con nuestros familiares, parejas o amigos.

A veces, cuando dejamos de dar palos a un tronco desesperados, atascados, bloqueados o frustrados y nos rendimos, entonces renunciamos a nuestras metas, objetivos, anhelos o deseos y  nos contamos que no es lo nuestro o que no es el momento, como hace el leñador frente a su capataz.

¿Cuándo afilaste tu hacha la última vez?

La siguiente parte del cuento es maravillosa: cómo el leñador se dirige a su capataz a ofrecer su renuncia y el capataz le ofrece una perspectiva diferente; -¿Cuándo afilaste tu hacha la última vez?

¿Cuántas veces hemos decido renunciar o dejar  algo y nos hemos encontrado con un nuevo enfoque y hemos o no aprendido de él?

Aquí es donde se encuentra parte del aprendizaje. En éste caso, el leñador ofrece ésta respuesta; -¿Afilar? Jamás lo he hecho, no tenía tiempo de afilar mi hacha, no podía perder tiempo en eso, estaba muy ocupado cortando árboles.

Por su respuesta podríamos pensar que se pueden dar varias situaciones:

En la primera situación, el leñador en su afán de tener razón, es decir, que no es su “culpa” (la palabra culpa podríamos cambiarla por responsabilidad) y que no puede perder el tiempo en afilar su hacha, renuncia al trabajo y no admite su equivocación,  negando su (culpa) responsabilidad, proyectándola en los demás y justificándola enjuiciando y (castigando) de diferentes maneras cómo por ejemplo: …el hacha deben afilarla otros para cuando yo me ponga a trabajar …., ésta empresa no tiene las herramientas adecuadas para sus trabajadores, ¡así no se puede trabajar!…, ¡ya decía yo que no podía ser que yo no cortara más árboles!..,¡qué pretende con decirme que debo afilar mi hacha delante de los compañeros! me han humillado… No soy tonto, me voy, aquí no me valoran y encima me dejan en ridículo… Soy el que más árboles corta, mejor producción saco a la empresa y me dicen que ¿yo debo afilar hacha?…  

O por el contrario asume su (culpa) responsabilidad y se castiga diciéndose a sí mismo: -Quizás haya perdido facultades y ahora este trabajo no es para mí… Ni siquiera afilando el hacha, creo que pueda mejorar mi marca, me he dado cuenta que estoy muy cansado y mi cuerpo ya no es tan joven para éste trabajo…. Y así hasta un sinfín de justificaciones y argumentos para no admitir la responsabilidad de afilar su hacha. En ambos casos, hay culpa y castigo. Si niego mi culpa, la proyecto fuera en los demás, ellos son los culpables de que yo esté así en esta situación. Y si además me siento culpable y lo reconozco, me castigo y me machaco hasta creer que no merezco la pena. He aquí los 4 pilares fundamentales de la mente “ego”: Separación, culpa, castigo y miedo.

Otra de las situaciones con un enfoque mental sano y equilibrado podría ser, en la que el leñador sorprendido por la respuesta de su capataz -¿Cuándo afilaste tu hacha la última vez?, optara por una actitud de humildad. Y podríamos leer la respuesta que ofrece el leñador, como si fuese un darse cuenta de lo equivocado que estaba pensando y creyendo que no podía perder el tiempo afilando su hacha y el hecho de que lo había olvidado por completo. Había estado desorientado, en un estado de estrés y sufrimiento del que no había sido consciente. A partir de ésta toma de consciencia, su comportamiento y  rendimiento en el trabajo, iba a cambiar. Podemos apreciar que en este caso, el leñador ha asumido su responsabilidad sin sentir culpa o la necesidad de castigarse o castigar o enjuiciar a los demás, abriéndose a otros puntos de vista y perspectivas diferentes.

En ambos casos, el cambio o no de comportamiento depende del estado mental del leñador, de si cree que es culpable y merece o no, castigarse con o sin miedo.

Si reflexionamos un poco más en profundidad, el leñador sí que hizo un alto en su camino cuando fue a ofrecer su renuncia. En ese momento, obtuvo la respuesta y la claridad mental a su dilema o problema por parte del capataz. Aquí, ofrezco otra perspectiva diferente a lo referido anteriormente del cómo “parar y no hacer nada”.

Parar, podríamos verlo también desde la perspectiva de soltar el control o pedir ayuda. Sin embargo, dependiendo del enfoque mental y la disposición que tengas de aprender en ese momento, escuchas o no esa respuesta, y la interpretas o filtras acorde a tus preferencias, ideas y conceptos que tengas a cerca de ti mismo o de la situación.

Parar, reflexionar, observar, es lo único que nos va a ayudar a tomar el camino correcto y a deshacernos de aquello que nos lastra. A veces es importante desconectar de nuestra rutina y pensar en qué estamos haciendo, qué camino seguimos y qué cambiaríamos de nuestra vida. Tomamos decisiones equivocadas en base al estrés o frustración que sentimos en la rutina que mantenemos, sin darnos cuenta que hemos perdido la perspectiva como el leñador de afilar el hacha.

Afilar el hacha se puede interpretar también como “observar a tu mente” “observar tus pensamientos” “darnos cuenta de cómo nos hablamos a nosotros mismos” “estar atentos a lo que pasa por nuestra mente” “ser conscientes de los pensamientos destructivos, que nos llevan al conflicto o a estar enjuiciando”. Afilar el hacha lo podríamos comparar,  a coger las riendas de un caballo salvaje que galopa desbocado y sentirte unido/a él,  a respirar el aire fresco que te ofrecen los árboles, a escuchar el dulce canto mañanero de los pájaros, a disfrutar de un paseo por la naturaleza en silencio.., etc. Permitirnos esto y disfrutar del buen hacer en las pequeñas tareas cotidianas, es afilar el hacha.

Sin embargo, para hacer esto es necesario ser valientes, porque observar a la mente, observar al ego, es ver aspectos de nosotros mismos que no nos van a gustar, y eso es incómodo. Atravesar esa incomodidad duele y el dolor es lo que el ego quiere impedir a toda costa, no quiere que sintamos dolor. De ahí que estemos cegados y deseosos de sensaciones placenteras.

Para mí, afilar el hacha también es ”hacerse a un lado”. 

Hacerse a un lado, es pararme, respirar, observar, atender, acompañar y escuchar a esa parte de la mente que  alimenta el conflicto, la frustración, el miedo o la desesperación. Hacerse a un lado, es darme cuenta de las justificaciones y autoengaños de esa mente. Hacerse a un lado, es dejar mi punto de vista, mis creencias, (con esto me refiero a cuestionar aquellas ideas que hoy en día me hacen sufrir,) y  ponerme en disposición para abrirme a un solo pensamiento, el de la unión con mis hermanos y con el todo. Hacerse a un lado es acompañar con una dulce sonrisa, a esa parte de la mente (el ego) que cree saber todo, y tiene miedo a la incertidumbre de no saber. Hacerse a un lado, es aprender a desaprender. Hacerse a un lado, es quitarle la importancia al “yo”. Hacerse a un lado es escuchar a nuestra mente infantil y dejar que nos cuente todos sus miedos y el valor que tienen para ella. Hacerse a un lado, es darme cuenta de la tierra que me sostiene, honrarla y respetarla. Hacerse a un lado, es salir de donde estoy escondida y dejarme encontrar. Hacerse a un lado, es estar en disposición de observar los pensamientos del pasado y del futuro, las propias expectativas e inquietudes, para poder vivir y disfrutar del momento presente. Hacerse a un lado, es dar la gracias simplemente por estar viva. Hacerse a un lado, es darme cuenta del temor que tengo a Dios. Hacerse a un lado, es cruzar al otro lado del río y dejar en la arena mi barca (mis creencias) . Hacerse a un lado, es crear las circunstancias adecuadas para que pueda darse un espacio de silencio en esta mente confusa y perdida, para que se pueda manifestar la corrección y claridad oportuna del único pensamiento de Dios, el Amor. Hacerse a un lado, por lo tanto, es Unión.

hacerse a un lado

Sólo de ésta manera, puede surgir la compasión, la comprensión, el valor, la confianza, la palabra bondadosa y el amor por uno mismo. Solo de ésta manera, quizás podremos sentirnos en unión y comunión con toda la humanidad y el cosmos. Y sólo de ésta manera, quizás podremos tener una mente recta y equilibrada, con la disposición de ofrecer el acompañamiento necesario a quienes lo necesiten, sin querer imponer nuestro punto de vista. Querer ayudar a otros, sin haber afilado nuestra hacha o hacerse a un lado, no es ayudar, es alimentar y engordar al ego.

Para que pueda darse esto, debemos aprender a respirar, a parar para no hacer nada, a observar nuestros pensamientos, a comprender que no hacer nada es hacer algo, y después cuando estemos listos, el “yo” estará en disposición de hacerse a un lado y podrá estar disponible para ofrecer su mente recta, su luz al mundo.

Todo es mente.

«La causa es nuestra mente, nuestros pensamientos, y el efecto es nuestro comportamiento en la experiencia que vivimos». A.M.R.

Te invito a que dejes tu reflexión y las cosas que haces para afilar tu hacha o hacerte a un lado.